Hace unas semanas hablábamos sobre la Inteligencia Emocional como una de las habilidades sociales más relevantes, y desde luego, una de las que más influencia tienen en nuestro éxito en las relaciones e incluso en nuestra vida laboral.
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Varios autores han hablado de la inteligencia emocional como un predictor del éxito que va más allá de la Inteligencia General de una persona. No es difícil que nos venga a la cabeza el ejemplo de alguna persona que, aunque brillante en el ámbito académico, después no consiguiera llegar a un gran éxito personal o profesional; o por el contrario, de alguna persona que, aunque no fuese la más lista de la clase, después acabase teniendo una vida feliz y satisfactoria.
Los autores que comenzaron a describir y estudiar la Inteligencia Emocional fueron Salovey y Mayer, que en su libro de 1997 la definieron así: “la inteligencia emocional incluye la habilidad para percibir con precisión, valorar y expresar emoción; la habilidad de acceder y/o generar sentimientos cuando facilitan pensamientos; la habilidad de comprender la emoción y el conocimiento emocional; y la habilidad para regular las emociones para promover crecimiento emocional e intelectual”. Si desglosamos esta definición, ¿que características formarían parte de una personalidad “emocionalmente inteligente”?
Conocimiento emocional
Las personas con alta Inteligencia Emocional son capaces de diferenciar las emociones (tanto propias como ajenas), y de distinguir cuáles son falsas y cuáles son genuinas. Además, tienen la habilidad para tratar sobre las emociones de manera adecuada, y expresarse de acuerdo a la situación y a la persona a la que se dirijan.
Comprensión emocional
Esta habilidad supone saber analizar y comprender las emociones a través del conocimiento emocional: etiquetar las emociones, comprender por qué se generan y qué implicaciones tiene una determinada emoción. Por ejemplo, la Inteligencia Emocional nos ayudará a detectar la tristeza (en uno mismo o en los demás), comprender cuál es su origen (por ejemplo, la pérdida de un ser querido) y así nos será más fácil actuar en consecuencia.
Esto, como podemos imaginar, tiene un impacto positivo en las relaciones, ya que nos permite entender las necesidades de las personas, para poder adaptarnos.
Regulación emocional
La capacidad de autorregular las emociones nos permite dirigir nuestros esfuerzos y atención sobre aquello que es realmente relevante para nosotros, además de modificar nuestro estado emocional de la manera más conveniente. Esta capacidad también se aplica a las relaciones con otras personas, de manera que una persona con alta Inteligencia Emocional es capaz de regular los estados emocionales de los demás, además de los propios.
Regular las propias emociones implica ser capaces de distanciarse de ellas y juzgarlas con perspectiva, además de no dejarse llevar ciegamente por la emoción del momento. Esto incremente, a su vez, nuestro conocimiento emocional, lo que nos permitirá una mejor gestión emocional en un futuro.
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Artículo escrito por CIPSIA Psicólogos Madrid: Irene Serrano