Hace unos días publicamos en nuestro blog un artículo sobre la autoaceptación, y sobre la relación de ésta con el sentimiento de culpa. Como todas las emociones, la culpa tiene una función adaptativa. Nos hace atenernos a las normas sociales y morales, para eludir consecuencias negativas. De esta forma, al sentirnos culpables ante una situación, evitamos que ese hecho desfavorable se repita. La culpa nos impulsa ajustar nuestro comportamiento y a emprender acciones de reparación. Es por ello que, en su justa medida, la culpa es útil y nos ayuda a tratar con los demás, a pesar de que cometamos errores.
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El problema llega cuando este sentimiento se desborda y aparece con gran frecuencia e intensidad. Cuando la culpa llega al extremo en el que ya no cumple ninguna función, sino que se desencadena incluso sin que haya una transgresión real de las normas, se convierte en desadaptativa. Llegados a este punto, la culpa resulta incapacitante e impide al individuo sentirse validado y crecer como persona.
Qué es la culpa
Como ya hemos comentado, la culpa es una emoción que se desencadena ante la trangresión (real o imaginada) de normas sociales o principios morales. Estas normas, además, deben tener una importancia para el individuo. Esto quiere decir que las normas cuyo incumplimiento produce culpa en el individuo son aquellas que son relevantes para este.
Pongamos por ejemplo que nos saltamos un semáforo en rojo. Si es importante para nosotros el cumplir con las normas viales, digamos que porque para nosotros es importante respetar el orden cívico, puede que al saltarnos el semáforo nos sintamos algo culpables. Si, por el contrario, el cumplimiento de las normas de tráfico no es algo demasiado relevante en nuestro sistema de valores, probablemente el saltarnos el semáforo no nos hará sentir culpables.
Culpa y conciencia moral
El concepto de conciencia moral está muy relacionado con la culpa, ya que, como hemos dicho, esta se genera al incumplir normas. La conciencia moral establece la propia distinción del bien y el mal, de manera que es la que nos orienta acerca de qué debemos hacer y qué no.
El grado de rigidez de estas normas autoimpuestas será lo que marque que el sentimiento de culpabilidad se dé en mayor o menor medida. Las normas demasiado rígidas, que no tengan en cuenta la posibilidad de cometer errores como parte natural del aprendizaje y de la vivencia humana, desencadenan con mayor frecuencia e intensidad sentimientos de culpa.
¿Cómo llegamos a sentirnos culpables?
El origen de las creencias que nos llevan a culpabilizarnos puede ser diverso. Algunos de los factores que más influyen en la formación de estas normas morales son la educación temprana y los estereotipos sociales. Los medios de comunicación, la familia y la escuela, la educación religiosa o el comportamiento de los demás son algunas de las fuentes a partir de las que conformamos los principios éticos que deberán regir nuestra conducta. Otro de los factores que influye en el proceso de la culpa son los aspectos propios de la persona. La personalidad y el carácter de cada uno va a hacer que sea más o menos propenso a culpabilizar. Demás aspectos personales, como el género, la edad o la historia personal influyen también en este proceso.
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El proceso de la culpa
Al quebrantar una norma (de manera real o imaginaria), emitimos juicios de valor sobre lo ocurrido, y la culpa se impone como una necesidad de “autocastigarse” por cometer actos “erróneos” o “imperdonables”. Por ejemplo, el declinar la oferta de salir con un amigo puede hacer que nos sintamos culpables por no haber cumplido con nuestro “deber de amigo”.
Las ideas irracionales aparecen tanto antes como después de la culpa:
- Cuando la preceden la pueden provocar o acentuar. Siguiendo con el ejemplo: si uno tiene la creencia irracional de que SIEMPRE debe estar disponible para sus amigos, es fácil que se de una situación en la que esto no pueda cumplirse. Seguramente se dará en algún momento la situación en la que no podamos quedar con nuestro amigo por trabajo, otros compromisos, etc., y entonces aparecerá la culpa
- Tras no haber cumplido con lo que deberíamos haber hecho, la culpa desencadena a su vez una serie de creencias irracionales (“Soy mal amigo”, “Soy una persona horrible”) que llevan a una valoración negativa de uno mismo
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Como consecuencia del proceso de autoculpabilización y de la interpretación negativa de uno mismo, aparecen una serie de emociones negativas. Emociones como la tristeza, la angustia o el remordimiento suelen ser comunes en estos casos.
Culpa y autopercepción
Culpa y autoestima
Como es fácil de imaginar, la culpa desadaptativa y repetida frecuentemente hace mella en la autoestima de la persona. La valoración negativa de uno mismo tiene efectos devastadores a largo plazo, y acaba por afectar a todas las esferas de la vida:
- Sentimientos de inadecuación e ineptitud. La culpa nos hace sentir inútiles y desmerecedores del apoyo de los demás. Esto lleva frecuentemente a una devaluación del concepto de uno mismo y a la falta de confianza en las propias habilidades y opiniones, escasa asertividad e incapacidad de hacerse respetar.
- La valoración negativa de uno mismo tambalea los cimientos de la autoestima, y afecta al bienestar psicológico. La persona comienza a autoatribuirse características negativas y a actuar en consecuencia, además de que centra la atención en aquellas características negativas (reales o percibidas) sobre sí mismo
- Represión de las propias emociones y sentimientos, al evitar las emociones negativas derivadas de la culpa. Esto da lugar a la contención de la expresión, y afecta al desarrollo de la propia identidad
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La disminución de autoestima provocada por la culpa predispone a una mayor vulnerabilidad a sufrir problemas psicológicos como la ansiedad, trastornos de la conducta alimentaria (anorexia, bulimia), depresión, y un largo etcétera.
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Culpa y estigma
El incumplimiento de los estándares sociales, unido al rechazo externo, generan sentimientos de culpabilidad y afectan a la autoestima, especialmente si el individuo no cuenta con una red de apoyo sólida. La persona estigmatizada puede llegar a interiorizar el estigma, y a asumir como propias las características negativas del estereotipo (autoestigma)
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Aquellas minorías discriminadas, ya sea por aspectos relacionados con la sexualidad o la identidad de género, raza, religión, aspecto físico, etc., a menudo experimentan sentimientos de culpa relacionados con su condición. Ello se refleja en una baja autoestima y a menudo una contención de la expresión personal y emocional.
Como hablábamos en el punto anterior, el sentimiento de culpa guarda una estrecha relación con la salud mental y con la psicopatología.
- Por un lado, puede ser agravante de una condición preexistente. Factores como la estigmatización de la enfermedad mental, la culpabilización de la propia situación o la manera en la que ésta afecta a las personas que les rodean, añaden una carga a la situación previa, e impiden la mejora
- Por otra parte, la culpa puede ser un posible factor que desencadene, o al menos contribuya, a la aparición de problemas de salud mental, como la ansiedad o la depresión
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Artículo escrito por CIPSIA Psicólogos Madrid: Irene Serrano