El 13 de marzo de 1964 moría apuñalada la neoyorquina Kitty Genovese, mientras cerca de 40 personas observaban la escena desde sus casas, sin llamar a la policía. La joven estuvo gritando y pidiendo ayuda durante más de una hora hasta finalmente morir a manos de su atacante.
Este hecho, que conmocionó al mundo, fue retomado por la Psicología Social para su estudio. Desde esta rama de la Psicología, se pretendía buscar una explicación del comportamiento de este grupo de vecinos, en apariencia normales, más allá de sus características personales.
Cabe decir que, si bien este trágico hecho saltó las alarmas
sobre los peligros de la deshumanización y la falta de cohesión social de la
vida en la ciudad, los descubrimientos a raíz de él nos han ayudado en gran
medida a diseñar programas y a entender cómo se comporta el ser humano en
grupo.
Los factores que influyen en la realización (u omisión) de
la conducta de ayuda
Difusión de la responsabilidad de la ayuda
Un fenómeno social comprobado en múltiples ocasiones es el de la difusión o reparto de la responsabilidad. Cuantas más personas observen una situación sin hacer nada, menos probable será que alguna de ellas ayude. Básicamente, la responsabilidad y la culpa se reparten entre el número de observadores, y cada uno de ellos no se siente lo suficientemente responsable como para actuar.
La difusión de la responsabilidad podría deberse también a la información que recibimos del grupo que nos rodea. Si nadie hace nada, habrá alguna razón para ello. Además, el actuar en contra de lo que hace el grupo bien puede costarnos una represalia por parte de este, bien podría dejarnos en ridículo frente a los demás. En relación con esto, la competencia autopercibida de cada persona también puede ser un factor que reduzca la probabilidad de ayuda; cuanto menos capaces y más abrumados nos sintamos ante la situación, menos actuaremos.
La prisa del donante de ayuda
En un estudio clásico de Darley y Batson, se comprobó como los seminaristas de un curso religioso ayudaban menos cuanto más prisa tuviesen. Este fenómeno, conocido como la “parábola del buen samaritano”, hacía que el compromiso adquirido por llegar a una hora determinada, así como la falta de atención, redujesen progresivamente la probabilidad de ayuda.
Empatía, altruismo y egoísmo en la conducta de ayuda
Desde la Psicología Social, un porcentaje significativo de
los investigadores parten de modelos que niegan el altruismo puro. Por el
contrario, la postura mayoritaria apunta a que siempre tenemos una razón más o
menos egoísta para ayudar a los demás. Algunos modelos se centran en la empatía
con la víctima que necesita de la ayuda, y otros dan otras razones por las que
las personas ayudamos, relacionadas con un cálculo de costes y beneficios, o de
un autorrefuerzo y aumento de la autoestima

Los modelos de empatía focalizada en la víctima son la excepción del paradigma dominante en la explicación de los motivos de la ayuda. Según autores como Batson, empatizar con la víctima y ponerse en su situación nos lleva a sentir compasión por ella, y esta es la razón detrás de las acciones altruistas.
Por otro lado, los modelos basados en la empatía hacia uno mismo explican la ayuda como una forma de reducir la ansiedad que nos provoca ver a alguien sufrir. En este caso, los motivos de la ayuda serían puramente egoístas, pues ayudamos con el fin de reducir una emoción negativa en nosotros mismos, no en la víctima.
En otros casos, la ayuda se entiende como una función de los costes y beneficios que la conducta de ayuda le reportará al donante de la ayuda. Uno de esos beneficios sería el reconocimiento por parte de los grupos, y el aumento de la autoestima. Desde que somos pequeños, ayudar a otras personas se asocia con un refuerzo social y una mejora del estado de ánimo. De hecho, ante un bajo estado de ánimo inducido experimentalmente, se ha visto como la probabilidad de ayudar disminuye.
Efecto de la cultura y de las normas sociales en la conducta de ayuda
Autores como Bandura entienden la conducta de ayuda como una construcción social y cultural, más que como manifestación de una moralidad inherente al ser humano. La norma social nos indica que ayudar está bien, y desde pequeños se nos inculcan estos valores.
Por ello, existen diferencias entre culturas en la probabilidad y la dirección de la ayuda. En sociedades colectivistas, en las que predomina la importancia del grupo y la cohesión social por encima de los intereses del individuo, la ayuda es la norma. Se ayuda a todo el mundo, y ello contribuye a reforzar la identidad grupal (universalismo). Por otra parte, las culturas individualistas, en las que se resalta la valía y la unicidad de cada persona, la ayuda se dirige sobre todo al propio grupo de pertenencia (benevolencia).
– Si quieres saber más sobre las culturas colectivistas e individualistas, puedes leer nuestro artículo pinchando aquí
Las diferencias de género también parecen ser importantes a este respecto. Las mujeres ayudan más cuando la ayuda es de tipo empático, y los hombres, por su parte, son más proclives a ayudar en tareas físicas.
La conducta de ayuda se relaciona con la discriminación por parte de una sociedad hacia ciertos grupos. Este es el caso del racismo encubierto o racismo sutil, en el que la omisión de ayuda supone un modo de violencia y de discriminación. La omisión de ayuda y la culpabilización de la víctima son una clara señal de prejuicios negativos hacia ciertos grupos, y son mucho más indicativos que los cuestionarios sobre prejuicios, que intentan falsearse para mantener una imagen positiva de uno mismo. En estos casos, las personas con prejuicios negativos atribuyen la culpa de su situación a la víctima del grupo discriminado: piensan que su situación es merecida, y por ello se niegan a prestar su ayuda.
– Si quieres saber más sobre la Teoría de un Mundo Justo («cada cual tiene lo que se merece»), puedes leer nuestro artículo pinchando aquí
La similitud y la proximidad con la víctima
Aunque parece obvio, siempre solemos ayudar más a personas cercanas y a aquellas que nos caen mejor. Cuanto más se parezca una persona a nosotras (física y actitudinalmente), más ayuda le prestaremos. Esto ocurre del mismo modo dentro de grupos más o menos extensos: ayudamos más a las personas que, creemos, son de nuestro grupo-más parecidas, por tanto, a nosotros-, y ello refuerza la identidad grupal.
– Si quieres saber más sobre qué hace que una persona nos atraiga, puedes leer nuestro artículo pinchando aquí
Desde una perspectiva más biológica, algunos trabajos encuentran una mayor probabilidad de ayuda entre individuos emparentados frente a los no relacionados genéticamente. Nuestro “gen egoísta” nos hace actuar de manera que se garantice la perdurabilidad de nuestros genes. Dicho de otro modo, ayudando a las personas con las que compartimos genes, estamos favoreciendo la propagación y mantenimiento de nuestro material genético en la especie.
Artículo escrito por CIPSIA Psicólogos Madrid: Irene Serrano