En estos tiempos que corren, nos enfrentamos a grandes dosis de incertidumbre, que muchas veces nos pueden generar gran malestar y angustia. No sabemos cómo afrontaremos la situación económica que se nos viene encima, cuánto tiempo más durará el confinamiento, o cómo será la nueva normalidad. Aunque en estos momentos esta incertidumbre sea particularmente notable, la falta de certeza es algo a lo que nos tenemos que enfrentar a diario, y que forma parte de nuestras vidas.
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¿Qué es la tolerancia a la incertidumbre?
Como veníamos diciendo, la duda es un elemento fundamental en nuestro día a día. A pesar de que es algo positivo el atribuirnos responsabilidad y control sobre lo que pasa en nuestras vidas, hay muchos factores que no podemos controlar. Es en este punto en el que, si esa necesidad de control se vuelve excesiva, aparece la intolerancia a la incertidumbre.
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A diferencia de algunas culturas occidentales, por ejemplo, aquellas en las que el budismo tiene un gran peso, en Occidente se promueve esta idea de que debemos tener control absoluto sobre lo que nos sucede, y de que, ante la adversidad, necesitamos soluciones rápidas y eficaces para solventarla cuanto antes. Esta filosofía juega en contra del desarrollo de la habilidad de tolerancia a la incertidumbre, pues cuando existen elementos fuera de nuestro control, o no existe una solución clara y unívoca, nos venimos abajo y no sabemos muy bien qué hacer.
Lo que en psicología llamamos necesidad de cierre cognitivo hace referencia a esta exigencia de seguridad y de certeza en los razonamientos. Esta característica cognitiva nos lleva a un pensamiento absolutista y polarizado, en el que sólo existirían las categorías dicotómicas, el blanco o el negro, lo bueno y lo malo. La realidad se simplifica, y no se acepta la falta de respuestas absolutas y claras, todo ello asociado a una reacción emocional ante los problemas complejos y el relativismo. La necesidad de cierre cognitivo sería, por tanto, el rasgo definitorio del modo de pensamiento intolerante a la incertidumbre.
En base a todo esto, podríamos definir la tolerancia a la incertidumbre como la capacidad de lidiar con la falta de certeza y con problemas complejos sin una solución fácil. Por el contrario, la intolerancia a la incertidumbre supondría reaccionar con inquietud, preocupación y malestar cada vez que nos enfrentamos a un problema.
La relación entre intolerancia a la incertidumbre y preocupación
La intolerancia a la incertidumbre está en la base de muchos problemas de salud mental, pues como ya hemos visto, la falta de certeza es inevitable en nuestras vidas, y si no se sabe manejar, genera un gran malestar. Un caso en el que la intolerancia a la incertidumbre juega un papel importante es en el Trastorno de Ansiedad Generalizada (TAG), que se caracteriza por la tendencia a preocuparse en exceso, problema que se extiende a todos los ámbitos de la vida de la persona.
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Ahora bien, ¿qué relación hay entre la intolerancia a la incertidumbre y la preocupación excesiva? Pues bien, como sucede en las personas con TAG, cuando una persona intolerante a la incertidumbre se enfrenta a una situación incierta, esta es percibida como una amenaza. La situación se percibe como agotadora, perturbadora, y tremendamente negativa, y aparecen las preocupaciones, que intentan solucionar el problema, dándole mil vueltas. A ello se le suma, en este caso, la valoración positiva de las preocupaciones, esto es, pensar que las preocupaciones son buenas y positivas, que nos sirven, por ejemplo, “para estar más atentos y evitar errores”, “para rendir mejor”, “para no ilusionarse y evitar una decepción”. Se cae así en los “Y si…”, en el catastrofismo, en la sobreestimación de la probabilidad de que ocurra algo malo y en la gravedad de las consecuencias.
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¿Qué distingue a una persona tolerante de una intolerante a la incertidumbre?
Como decíamos previamente, la tolerancia a la frustración supone tener la capacidad para aceptar la falta de respuestas a un problema, y la probabilidad de que pueda suceder algo negativo. Ante una situación de incertidumbre, por ejemplo, enterarnos de que en nuestra empresa van a hacer un ERTE, una persona con tolerancia a la incertidumbre se preocuparía en un principio, pero después aceptaría la situación, se pondría en marcha en caso de que fuera necesario, por ejemplo, buscando un nuevo trabajo, y analizaría la situación de manera realista, sin sobredimensionar ni quitarle importancia.
Por otro lado, una persona con intolerancia (o baja tolerancia) a la incertidumbre se preocuparía en exceso, no dejaría de darle vueltas a todos los escenarios negativos que podrían darse, buscaría trabajo por todas partes, buscaría aseguración en otras personas para saber que no le van a despedir, etc. En resumen, esta persona entraría en una espiral de catastrofismo y de preocupación, que cada vez le causaría mayor ansiedad.
Los seres humanos, por naturaleza, buscamos la seguridad y la certeza, pues ello probablemente nos ha ayudado a sobrevivir como especie. A pesar de ello, es necesario desarrollar esta habilidad de la tolerancia a la incertidumbre, para poder enfrentar las situaciones de la manera más adaptativa posible. Si bien la preocupación y la ansiedad son adaptativas, en el sentido de que movilizan nuestros recursos, y hacen que nos ocupemos de las cosas importantes, cuando se dan en exceso pueden jugarnos una mala pasada. Una excesiva ansiedad, generada por la incapacidad de afrontar la inseguridad y la falta de certeza, puede paralizarnos, y por tanto ser contraproducente.
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Artículo escrito por CIPSIA Psicólogos Madrid: Irene Serrano