El lenguaje corporal y la autoestima

No sorprende a nadie el hecho probado de que el lenguaje corporal es una parte importante de cómo nos comunicamos en interacción con los demás. Con nuestros gestos, nuestra postura y nuestro tono de voz decimos mucho más de lo que hablamos. Parece claro que nuestro lenguaje corporal dice mucho sobre nosotros a otras personas, pero lo más curioso es que nuestro propio lenguaje corporal también parece influir en cómo nos sentimos y valoramos a nosotros mismos.  

El lenguaje corporal

A través de la comunicación no verbal mostramos cómo nos sentimos, cómo percibimos y valoramos a los demás y la forma en la que nos desenvolvemos en el mundo. Además de ello, los seres humanos, como animales sociales, somos tremendamente sensibles a este tipo de información más allá de las palabras. Ello nos ayuda a formarnos rápidamente, incluso en segundos, una opinión sobre los demás, que normalmente suele ser acertada. Esta especie de “intuición social” es la que nos lleva por ejemplo a contratar a unas personas frente a otras, a elegir a una persona con la que queremos salir, e incluso a votar a un candidato político frente a otro.  

Las dinámicas de poder expresadas a través del lenguaje corporal

Al igual que en la naturaleza, los seres humanos expresamos el poder sentido u otorgado por el grupo a través de nuestra postura y nuestro comportamiento. Las “posiciones de poder” consisten en la expansión y la exposición al mundo. Las personas que sienten poder de manera permanente o situacional se muestran usualmente erguidas, ocupan más espacio con su cuerpo, se nota su presencia. Expresiones como la de victoria, consistente en elevar los brazos al aire y levantar la cabeza, son tan universales que no sólo se comparten con otros animales, sino que aparecen incluso en personas ciegas, que no han podido imitar el comportamiento. Por el contrario, las “posiciones de indefensión” son aquellas en las que el individuo se retrae hacia sí mismo, se cubre y se protege para evitar la amenaza. Este tipo de lenguaje corporal aparece ante la impotencia y el miedo. Encorvar la espalda, caminar mirando al suelo o ocupar el menor espacio posible son ejemplos de posiciones de indefensión. No es de extrañar el hecho de que estas se dan en mayor medida en mujeres que en hombres, que han aprendido a sentirse menos poderosas de manera crónica, y ello se traduce en una menor ocupación del espacio y menos comportamientos asertivos y de participación. Si quieres saber más sobre la indefensión aprendida, puedes leer nuestro artículo pinchando aquí Si quieres saber más sobre la percepción de poder o agencialidad sobre el medio, puedes leer nuestro artículo sobre la Teoría de la Atribución pinchando aquí  

Cómo influye el lenguaje corporal de poder en nuestra mente

Resulta curioso el hecho de que las posiciones de dominancia o indefensión no sólo influyen en la manera en la que nos ven los otros, sino que también median en la forma en la que nos sentimos y nos vemos a nosotros mismos, y con ello, en cómo nos relacionamos con el ambiente. Según los estudios de la doctora Amy Cuddy y su equipo de la Universidad de Princeton, el simple hecho de “falsear” una posición de poder puede tener un efecto significativo en nuestros niveles hormonales y en cómo nos sentimos. A partir de los estudios en jerarquías de primates, se ha podido observar cómo en los individuos que en breve ocuparán un puesto de liderazgo, aumentan sus niveles de testosterona (la hormona de la dominancia) y disminuyen los niveles de cortisol (la hormona del estrés). Esto tiene sentido a nivel biológico, pues un buen líder debe saber guiar al grupo, y al mismo tiempo, manejar correctamente el estrés. Volviendo a los humanos, existen múltiples diferencias en cómo se comportan las personas según su percepción del propio poder. Las personas que se sienten poderosas son más asertivas, muestran mayor confianza en sí mismas y son más optimistas, toman más riesgos y son capaces de realizar razonamientos más abstractos y complejos. En el experimento del grupo de Princeton, se pide a los participantes que tomen posiciones de dominancia o indefensión, respectivamente, durante dos minutos, y después se les pide que apuesten. El grupo que tomó la postura de poder asumió más riesgos a la hora de apostar, mostró niveles más elevados de testosterona respecto a su línea base, y más bajos de cortisol respecto al punto de partida. En un segundo experimento en el que se sometía a los participantes a una entrevista estresante, el grupo de posición de poder obtuvo una mayor probabilidad de ser contratado para el supuesto trabajo. Como conclusión de estos interesantes hallazgos, cabe destacar el hecho de que la postura corporal no sólo influye en cómo nos ven los demás, sino también en cómo nos sentimos y cómo somos capaces de afrontar las situaciones. Parece, por tanto, que el simple hecho de adoptar esta posición de poder antes de una situación estresante o retante, podría ayudarnos a sentirnos más confiados y tener un mejor desempeño. Más allá de ello, los pequeños cambios en la postura podrían ayudarnos a ganar autoconfianza a lo largo del tiempo.

Artículo escrito por CIPSIA Psicólogos Madrid: Irene Serrano