El término autoeficacia fue propuesto por el psicólogo Albert Bandura a finales de los 70. Este constructo se refiere al grado de confianza que una persona tiene en que sus habilidades le llevarán al éxito. En este sentido no sólo tiene en cuenta el conocimiento de las propias destrezas, sino también la seguridad de que uno es capaz de llevar a cabo la acción con buenos resultados.
La autoeficacia se relaciona con índices de bienestar psicológico como la autoestima, aumenta la motivación y sirve como predictor de decisiones de futuro como la elección de una carrera determinada. Esto último se debe a que la autoeficacia juega un importante papel en cómo la persona afrontará las situaciones, tareas y retos que se le presenten.
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Cómo actúan las personas con alta autoeficacia
Una de las principales características de las personas que se sienten “autoeficaces” es que ven los problemas y las situaciones nuevas como retos en lugar de como amenazas. Se sienten capaces de afrontar las situaciones y muestran un gran compromiso y dedicación en lo que hacen. Se ponen metas realistas y dividen las tareas extensas en pequeños bloques más fáciles de tratar. Les es más fácil recuperarse cuando fallan, y por lo general, resisten mejor ante situaciones adversas.
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Factores que conforman la expectativa de autoeficacia
La autoeficacia se va formando desde la infancia, y tiene mucho que ver con la sensación de control del entorno y los éxitos de la persona. Aquellas personas que tienen experiencias de control repetidas a lo largo del tiempo, acaban generando la creencia de que son capaces de modificar su entorno y, en general, de que las cosas les saldrán bien.
Como ya hemos dicho, la autoeficacia se desarrolla desde la infancia, aunque también puede modificarse a lo largo de la vida del individuo. Según Bandura, existirían 4 fuentes principales de autoeficacia.
Experiencias personales de éxito
El tener la sensación de que dominamos las tareas que llevamos a cabo es una de las fuentes más poderosas para desarrollar la autoeficacia. En este caso, resultan especialmente dañinas para la autoeficacia aquellas tareas demasiado exigentes para las competencias del individuo en un momento dado, o aquellas que se perciban como inabordables.
Para fomentar la confianza en las propias habilidades, es necesario exponerse a ambientes en los que las tareas se ajusten a nuestro nivel de destreza. Por ejemplo, podemos dividir una meta, que en su conjunto resulte abrumadora, en pequeñas tareas que nos resulten más alcanzables. Por ejemplo, si tenemos que escribir un trabajo de 20 páginas, podemos establecer pequeñas metas, como escribir una página cada día.
La observación de modelos
Especialmente en situaciones en las que la persona no conoce realmente sus habilidades, o no posee experiencia en un tema, el ver a otras personas realizar una actividad hará más probable que se sienta capaz de llevarla a cabo por ella misma. Imaginar el proceso que se ha de seguir para realizar una tarea también hace que la tarea se vea como más accesible.
La observación de modelos como fuente de autoeficacia es especialmente potente cuando el individuo se identifica con la persona observada. Pongamos un ejemplo: si un niño ve a otro compañero de clase realizar con éxito una multiplicación, se sentirá más capaz de hacerlo él también. Esta idea de “si el otro puede, yo también”, es una muy buena forma de promover la expectativa de éxito.
La persuasión de los otros
La insistencia de los demás en las propias capacidades puede incrementar nuestro sentimiento de autoeficacia. Fundamentalmente en aquellos casos en los que sólo nos falte un empujoncito, el refuerzo de los demás puede ser de gran ayuda.
Aún así, es más fácil persuadir a alguien de que no será capaz de lograr su meta, que de lo contrario. No hay que olvidar que, como animales sociales, los seres humanos somos especialmente sensibles al comportamiento de los demás y a sus opiniones sobre nosotros. Esta es, muy probablemente, una de las razones por las que la autoeficacia es fácilmente menoscabada por las críticas ajenas.
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Respuestas emocionales y corporales
Los estados de ánimo negativos, las reacciones fisiológicas de estrés (sudoración, aumento de la tasa cardíaca), el dolor o la fatiga, etc., pueden influir en la manera en la que la persona se sienta capaz de afrontar determinadas tareas o situaciones. Podemos interpretar nuestro estrés como símbolo de ineptitud, lo que, como cabe esperar, afecta negativamente a nuestro sentido de autoeficacia.
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Para minimizar este problema, es necesario que la persona reinterprete la situación, para darle a estas respuestas físicas y emocionales una importancia relativa. Con esto conseguiremos aumentar la motivación ante tareas estresantes o muy exigentes. Este es uno de los métodos empleados dentro de la Terapia Emotiva Racional. Con este tipo de terapia se pueden tratar problemas como la ansiedad ante exámenes, entre otros.
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Artículo escrito por CIPSIA Psicólogos Madrid: Irene Serrano