Sindrome de estocolmo

¿Conoces el Sindrome de Estocolmo? Según una investigación del FBI en EEUU, el 27% de las personas que han sido secuestradas en su vida experimentan esta sensación, por raro que pueda sonar.

Albergar sentimientos positivos hacia sus captores y a la vez, pueden temer a las autoridades. Todo lo contrario de lo que podríamos esperar en una situación como esta, así es el sindrome de estocolmo.

Este tipo de reacciones se consideran como una de las tantas respuestas emocionales posibles que una persona puede presentar cuando es secuestrada. Su indefensión durante el cautiverio puede derivar en un sentimiento de afecto o amor por su captor, por diversos factores, pero sobre todo, por el buen trato que recibe durante su cautiverio. Se suele creer que esa persona (la secuestrada) está enferma, porque en la mente de los demás no cabe la posibilidad de este sentir hacia quién le ha quitado su libertad, aunque sea momentáneamente.

El Sindrome de Estocolmo, según expresan los expertos, aparece cuando el capturado se identifica, inconscientemente, con su agresor, porque asume la responsabilidad de la agresión o porque adopta ciertos símbolos que lo definen. Cuando alguien es secuestrado y pasa mucho tiempo con las personas que lo llevaron a esta condición, se puede desarrollar, para poder sobrevivir, una corriente afectiva. Puede ser voluntaria o no, pero el fin es el mismo: obtener aunque sea un poco de dominio de la situación y negar la amenaza que se presenta, así como también no sentirla. En este último caso es cuando estamos hablando del sindrome de estocolmo.

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En la mayoría de las experiencias, el capturado siente gratitud hacia los secuestradores, agradecen por seguir dejándolos con vida, estar sanos y salvos, alimentarlos, estar atentos a sus necesidades (si tienen frío o calor, si desean ir al baño, si tienen sed, etc). A veces recuerdan esa etapa como un «trance» y dicen que los captores fueron amables con ellos en todo momento.

Una persona que fue secuestrada está inmerso en una situación de impotencia, no puede responder a lo que le ocurre, es difícil que mantenga el equilibrio, a veces no sabe si es de día o de noche y casi nunca dónde lo tienen encerrado. Intenta, entonces, suprimir, reducir o reprimir esa agresión, la cuál se acumula y se dirige contra él mismo. Por ello puede ser común que alguien que sufre el «Sindrome de Estocolmo» sienta que es el culpable de la decisión del otro a secuestrarla.

Podríamos decir entonces que se trata de un mecanismo de defensa, mayormente inconsciente de un secuestrado, para no responder a lo que le está pasando. Básicamente se defiende de la posibilidad de sufrir un «shock emocional». Desarrolla una identificación con el agresor, un vínculo absurdo, un sentimiento de simpatía, agrado, amor, devoción, etc.

Para poder detectar y posteriormente diagnosticar el Sindrome de Estocolmo es necesario, en primera instancia, que la persona haya sido secuestrada contra su voluntad y que luego demuestre un sentimiento de identificación con sus captores, defendiéndolos, queriendo verlos, pensando igual que ellos, no brindando información para su detención, evitando hablar mal de su periodo de cautiverio, etc. Puede haber también manifestaciones de aprecio, agradecimiento y devoción, aún cuando hayan pasado meses y hasta años después de la liberación.

Hay especialistas en salud mental que afirman que el Sindrome de Estocolmo no solamente lo sufren personas secuestradas, pues establecen que hay quienes por alguna razón son incapaces de huir del sometimiento psicológico por parte de un «captor», que bien puede ser alguno de los padres, esposo o novio. El ejemplo más típico y predominante de este tipo de problemática es el de muchas mujeres maltratadas por su pareja, para quienes resulta imposible terminar la relación.

Como puede ver, tanto en los casos de secuestro como en los de violencia doméstica, las víctimas del síndrome deben someterse a una adecuada psicoterapia para que puedan eliminar su ansiedad, y recuperar su independencia mental, de esta manera evitarán que el problema crezca como una bola de nieve de la que resulte casi imposible escapar.

Artículo escrito por Psicologos Madrid Cipsia Psicólogos: Alba Ortiz

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