Muy pocas personas pueden ser felices sin que su modo de vida y su concepto del mundo sean aprobados, en términos generales, por las personas con las que mantienen relaciones sociales y, muy especialmente, por las personas con quienes viven. Hablamos del miedo a la opinión pública
Debido a todas las diferencias de criterio que existen entre culturas, una persona con ciertos gustos y convicciones puede verse rechazada cuando vive en un ambiente aunque en otro ambiente sería aceptada como un ser humano perfectamente normal. De este modo, por nuestra ignorancia del resto del mundo, en ocasiones sufrimos mucha desgracia innecesaria durante toda la vida debido al miedo a la opinión pública.
Este aislamiento no solo es una fuente de dolor, sino que además provoca un considerable gasto de energía en la innecesaria tarea de mantener la independencia mental frente a un entorno hostil. Pero no hay muchas personas cuya vida interior tenga este grado de fuerza. La mayoría necesita un entorno amistoso para ser feliz.
En muchísimos casos una timidez injustificada agrava el problema más de lo necesario. La opinión pública siempre es más tiránica con los que la temen manifiestamente que con los que se muestran indiferentes a ella. Los perros ladran más fuerte y son más proclives a morder a las personas que les tienen miedo que a los que los tratan con desprecio; y el género humano es muy similar. No me estoy refiriendo a casos extremos, sino a rupturas mucho más suaves de lo convencional, como no vestirse correctamente, pertenecer a determinada iglesia o abstenerse de leer libros inteligentes. Estos despuntes de lo convencional, si se hacen no en plan provocador sino con espontaneidad, acaban tolerándose incluso en las sociedades más tradicionales. Poco a poco, podemos ir adquiriendo el rol de lunático con licencia, al que se le permiten cosas que en otra persona serían intolerables.
En general, dejando aparte la opinión de los expertos, se hace demasiado caso a las opiniones de otros, tanto en cuestiones importantes, como en asuntos pequeños. Como regla fundamental y básica, debemos respetar la opinión pública lo justo para no morirnos de hambre y no ir a la cárcel, pero todo lo que supere ese punto es someterse voluntariamente a una tiranía innecesaria, y lo más probable es que interfiera con nuestra felicidad de innumerables formas. Por ejemplo, en cuestión de gastos, un hombre gasta dinero en cosas que no satisfacen sus gustos naturales, simplemente porque piensa que el respeto de sus vecinos depende de que posea un buen coche o de que pueda invitar a buenas cenas.
Con esto, no tiene sentido burlarse de la opinión pública, eso es seguir bajo su dominio, aunque de un modo más retorcido. Lo que es importante, es ser auténticamente indiferente a ella, eso es una gran fuerza y a la vez una gran fuente de felicidad. Cuando el carácter de cada persona se desarrolla individualmente, se observan las diferencias entre tipos y vale la pena conocer gente nueva, porque no son meras copias de las personas que ya conocemos. No se quiere decir con esto que haya que ser intencionadamente excéntrico, porque eso sería tan poco interesante como ser convencional. Lo único que se dice es que uno debe ser natural y seguir sus inclinaciones espontaneas, siempre que no sean claramente antisociales.
Artículo escrito por Psicologos Madrid Cipsia Psicólogos