La principal manifestación del trastorno delirante es el delirio. Un delirio es una creencia que se sale de la norma social a la cual se pertenece. Esta creencia puede ser extraña o normal.
El trastorno delirante puede manifestarse, principalmente, de dos formas:
El delirio normal lo podemos encontrar en una persona que mantiene una creencia que sabemos que es falsa, pero que podría ser cierta. Es decir, si alguien nos lo cuenta, puede resultar un hecho fuera de la norma y peculiar, pero podríamos llegar a creerlo. Por ejemplo: una amiga nos cuenta que ha detectado que le está siguiendo una persona durante todo el día.
El delirio extravagante se trata de una creencia que según nuestro razonamiento y experiencia no puede ser cierta. Por ejemplo: una amiga nos cuenta que le han robado el pensamiento, o que su pensamiento se difunde por un altavoz.
Una de las características más relevantes del trastorno delirante y que lo diferencia de otros trastornos psicóticos es la presencia de delirios normales (no extravagantes) que dirigen la conducta y la vida de estos pacientes, llegando a necesitar ayuda psicológica.
Según el sistema de clasificación DSM-IV-TR para que un equipo de psicólogos pueda diagnosticar un trastorno delirante, el paciente debe tener delirios sistematizados, de modo que las creencias estén organizadas entorno a un núcleo teórico, con coherencia, de forma que se pueden argumentar siguiendo la lógica y la racionalidad. Como ya hemos comentado, estos delirios se refieren a situaciones que ocurren en la vida real, como ser perseguido, poseído, infectado, o ser amado en la distancia, y tienen una duración mínima de 1 mes.
La temática delirante causa un gran impacto en el comportamiento de la persona, ya que vive entorno a estas falsas creencias, que están muy arraigadas, y que determinan su forma de actuar, pensar y sentir. No obstante, el funcionamiento de la persona no está exageradamente deteriorado y su comportamiento no es muy extraño o vago, tal y como suele pasar en el caso de otros trastornos psicóticos.
Este trastorno suele ir acompañado de otras muchas manifestaciones que complementan el cuadro, como la presencia de ideas auto-referenciales, estado de ánimo irritable, excesos de ira o comportamientos violentos acordes con su delirio. A su vez pueden tener continuos comportamientos querulantes (expresión de quejas).
Dicho cuadro clínico se encuentra de forma más frecuente en mujeres que en hombres, y suele iniciarse entorno los 35 y 55 años. Su curso suele ser crónico, especialmente si no es tratado por un especialista.
Hay varios tipos de trastorno delirante que se clasifican según la temática que predomina en el delirio:
Tipo erotomaníaco:
La creencia delirante se basa en que el paciente tiene la convicción de ser amado por otra persona que normalmente suele ser de un rango social superior (por ejemplo: un famoso). Este tipo es más frecuente en mujeres y se suele tratar de un amor romántico.
Tipo de grandiosidad:
En este tipo la idea delirante se refiere a que la persona tiene algún poder especial o conocimiento. En muchos casos suele ser de contenido religioso (por ejemplo: la persona cree que es un Mesías).
Tipo celotípico:
El paciente está convencido de que su pareja le es infiel, sin que haya ningún motivo que lo justifique. Este tipo buscará constantemente señales que confirmen sus creencias y coaccionará a su pareja para que disminuya los movimientos que hace de forma autónoma. Es más frecuente en hombres, y suele ir relacionado con el elevado consumo de alcohol y se asocia a personas inseguras.
Tipo persecutorio:
La idea delirante predominante hace referencia a que el paciente es perseguido por alguien, o se siente víctima de un proceso de persecución a gran escala. Este tipo irá asociado a sentimientos de enfado, suspicacia, ira o violencia contra “quien” los persigue.
Tipo somático:
En este tipo predomina la idea de que las funciones o sensaciones corporales están alteradas. Por ejemplo, pueden pensar que el cuerpo presenta alguna malformación, padece alguna enfermedad o no funciona.
Artículo escrito por Psicologos Madrid Cipsia Psicólogos: Anna Cadafalch
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