Con el recién estrenado Año Nuevo, llegan los propósitos. Desde hacer más ejercicio, aprender un nuevo idioma, pasar tiempo con la familia, hasta tomar un nuevo rumbo a nivel laboral, estas fechas se llenan de buenas intenciones para el resto del año, que no siempre llegan a buen puerto. Pararse a pensar y a hacer un balance del año nos puede servir para darnos cuenta de hacia dónde nos dirigimos. Este ejercicio puede ser muy útil para reconducirnos hacia las cosas que realmente son importantes en nuestra vida.
Quizás, este año, podamos aprender de nuestros errores para poder planificar mejor los cambios en nuestras vidas. En ese caso, surge la pregunta: ¿qué sucede con la ilusión y la motivación de primeros de Enero para que no cumplamos con los objetivos que nos proponemos?
Si quieres saber más sobre cómo cumplir nuestros propósitos de Año Nuevo, puedes leer nuestro artículo aquí
1. Propósitos irreales
En primer lugar, no es raro encontrar listas interminables de propósitos de Año Nuevo. Nos “apuntamos a todo” en los primeros meses del año, sólo para darnos cuenta unas semanas después de que no somos capaces de abarcar tanto. Esta frustración viene del problema de no priorizar y querer hacerlo todo a la vez. En lugar de eso, parece más viable establecer unos pocos objetivos importantes, e ir incorporándolos uno a uno.
Algo que también es común en los propósitos es establecerse metas demasiado alejadas de nuestras posibilidades y nuestra realidad. Es evidente que no vamos a lograr un cuerpo de gimnasio con 2 semanas de ejercicio, por lo que proponerse metas más ajustadas y centradas en la acción, como hacer deporte 3 veces por semana, nos puede ayudar a perseverar y no desanimarnos.
2. Escasa importancia personal de los propósitos
El objetivo de hacer dieta después de las navidades es uno de los más comunes. Parece casi de obligado cumplimiento, como una especie de “penitencia” por los excesos de las fiestas. Los gimnasios llenos en enero y vacíos en marzo son la prueba de que lo que se supone que debemos hacer no es siempre el mejor aliciente. Los objetivos impuestos desde fuera, como la idea de tener un cuerpo ideal o la necesidad de hacer dieta, no son motivadores, y es por ello que desistimos rápidamente de ellos.
Si quieres saber más sobre la imagen corporal y las dietas milagro, puedes leer nuestro artículo aquí
A la hora de establecer un propósito, es importante que este tenga interés personal. También es importante que consideremos las renuncias que tendremos que hacer para cumplir nuestro objetivo, como, por ejemplo, madrugar los fines de semana, o dejar de hacer otras actividades.
3. Miedo al cambio
En algunos casos, querríamos hacer cosas pero no nos atrevemos. Nos encontramos atrapados en la ambivalencia entre el cambio deseado y la comodidad actual. Ello puede llevarnos a procrastinar, y a dejar para más tarde un objetivo que nunca se llega a cumplir.
En este caso, sería conveniente poner en marcha un proceso de solución de problemas y toma de decisiones. De esta forma, podremos valorar los pros y los contras de aquello que queremos hacer, y establecer objetivos específicos para lograrlo.
Si quieres saber más sobre la técnica de solución de problemas, puedes leer nuestro artículo aquí
4. Seguir la inercia
Los seres humanos somos animales de costumbre, como se suele decir. Nos resulta mucho más fácil y más cómodo mantenernos en los viejos hábitos, en la zona de confort. Por el contrario, instaurar cambios y nuevos hábitos requiere mayor esfuerzo, y esto es algo que tenemos que tener en cuenta cuento nos proponemos un cambio.
Aquí, como en el dicho, la práctica hace al maestro. A la hora de construir nuevos hábitos, la repetición es clave para ir automatizando el comportamiento. Algunas pautas que podemos seguir para hacer más fácil establecer el nuevo hábito son:
- Establecer un plan concreto, con una meta final y sub-metas intermedias. Por ejemplo, en vez de “adelgazar”, “perder 30 kg en 6 meses, 5kg cada mes”
- Establecer refuerzos inmediatos a las acciones deseadas, en lugar de guiarse sólo por el refuerzo de la meta final. Por ejemplo, no sólo “hacer ejercicio para estar más delgado en verano”, sino “ponerme una serie que me gusta al llegar a casa de correr 15 min”. Los refuerzos inmediatos tienen un mayor efecto sobre la conducta que los demorados, lo que nos permitirá fortalecer el comportamiento deseado en mayor medida.
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5. Sesgos de pensamiento
Es importante vigilar cómo nos hablamos a nosotros mismos a la hora de conseguir nuestros objetivos. Los “debería” (“debería estar más delgada”, “debería hacer más ejercicio”, “debería hablar inglés perfectamente”) sólo sirven para aumentar la ansiedad y el malestar. En lugar de ello, sustituyamos los pensamientos rígidos y que no nos ayudan por otros más adaptativos como “es importante para mí cuidarme para estar sano”, o “es normal equivocarse cuando uno aprende”.
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En relación con la construcción de nuevos hábitos, es común el pensamiento “todo o nada”. Por ejemplo, si esta semana no he ido al gimnasio ningún día, “para qué voy a ir a la siguiente semana”. Los hábitos se construyen por repetición, de manera que es importante continuar con ellos aunque los hayamos dejado de lado por unos días o incluso semanas. Al menos ya no empezaremos de cero.
Artículo escrito por CIPSIA Psicólogos Madrid: Irene Serrano