El sentimiento de pecado

Sabemos que la conciencia ordena actuar de diferentes maneras en diferentes partes del mundo, y que, en términos generales, en todas partes coincide con las costumbres tribales. Así pues, ¿qué sucede realmente cuando a un hombre le remuerde la conciencia? Es lo que llamamos sentimiento de pecado.

La palabra conciencia abarca, en realidad, varios sentimientos diferentes; el más simple de todos es el miedo a ser descubierto. Estrechamente relacionado con el anterior está el miedo a ser excluido del rebaño. El hombre que acepta por completo la moral del colectivo y aun así actúa contra ella, sufre muchísimo cuando es excluido, y el miedo a este desastre, o el dolor que ocasiona cuando sucede, puede fácilmente hacer que considere sus actos como pecaminosos, creando el sentimiento de pecado.

Pero el sentimiento de pecado, en sus formas más importantes, es algo aún más profundo. Es algo que tiene sus raíces en el subconsciente y no aparece en la mente consciente por miedo a la desaprobación de los demás. Cuando un hombre comete esos actos, se siente molesto sin sabes bien por qué, desearía ser la clase de persona capaz de abstenerse de lo que considera pecado.

En casi todos los casos, el origen de esto proviene de la educación moral que uno recibió, sobre todo en sus primeros años de vida. A esas edades aprendimos muchas formas de comportamiento ético para no defraudar socialmente. En los distintos países estas costumbres varían, ya que culturalmente las personas nos adaptamos a nuestro lugar de origen, y aunque nos desplacemos con el paso de los años a otras regiones, llevamos con nosotros estas creencias aprendidas.

A decir verdad, este sentimiento, lejos de contribuir a una vida mejor, hace justamente lo contrario. Hace desdichado al hombre y le hace sentirse inferior. Al ser desdichado, es probable que tienda a quejarse en exceso de otras personas, lo cual le impide disfrutar de la felicidad en las relaciones personales. Al sentirse inferior, tendrá resentimiento contra los que parecen superiores. Le resultará difícil sentir admiración y fácil sentir envidia. Se irá convirtiendo en una persona desagradable en términos generales y cada vez se encontrará más solo. Una actitud expansiva y generosa hacia los demás no sólo aporta felicidad a éstos, sino que deviene en una inmensa fuente de felicidad para su poseedor, ya que hace que todos le aprecien. Pero dicha actitud es prácticamente imposible para el hombre atormentado por el sentimiento de pecado.

Cada uno de nosotros podemos decidir con firmeza que es lo que cree racionalmente, y no permitir que las creencias irracionales se cuelen sin resistencia o se apoderen de nosotros, aunque sea por muy poco tiempo. Es cuestión de razonar con uno mismo en esos momentos en que uno se siente tentado a ponerse mal. No hay por qué temer que, por volverse racional, uno vaya a quitarle el sabor a su vida. Al contrario, dado que el principal aspecto de la racionalidad es la armonía interior, el hombre que la consigue es más libre en su contemplación del mundo y en el empleo de sus energías para lograr propósitos exteriores que el que está perpetuamente trabado por conflictos internos.

Artículo escrito por Psicologo Ventas Cipsia Psicólogos: Alba Ortiz